Poder y política ambiental

 

En 1992 fue celebrada la Cumbre de Río de Janeiro para pensar en acciones concretas a fin de enfrentar las problemáticas ambientales bajo la premisa, por un lado, del derecho a una vida saludable y «productiva» y, por otro, la sostenibilidad de la naturaleza.*

La emergencia ambiental requiere cambios radicales, especialmente en el sistema económico dominante. En los primeros años de la década de los noventa no estaba visibilizada, como quizá ahora lo esté, la contradicción entre la propuesta del desarrollo de la modernidad y la sostenibilidad del sistema Tierra. Mientras el desarrollo del modelo capitalista demanda el consumo de mayores recursos y fuentes de energía para incrementar sus niveles de ganancia=>desarrollo (Business as usual), el equilibrio ambiental reclama una disminución significativa de los procesos productivos de violento impacto al medio.

La tierra del desarrollo está regada con sangre. El discurso dominante del sistema productivo del capitalismo global justifica su lógica de apropiación bajo la necesidad del crecimiento civilizatorio, pero el desarrollo no alcanza para todos. La dinámica de acumulación por extinción implica la concentración de recursos y de «progreso» en el norte global y de empobrecimiento del aire, del agua, del suelo... en el sur global. La lógica del capitalismo, como modelo económico dominante, reproduce las formas de dominación y explotación coloniales.

 El desarrollo promovido por la modernidad capitalista intensifica no solo la extracción de recursos y quebrantamiento de los ciclos ecológicos, sino la propagación de la pobreza y la desigualdad de los sujetos subalternos que, en la medida en que son colocados en posición de vulnerabilidad, facilitan la ampliación de la plusvalía en los procesos productivos globales. En estado de vulnerabilidad es fácil precarizar el empleo y las condiciones de trabajo, así como intensificar la explotación de recursos a bajo costo financiero (aunque el costo ambiental sea incalculable). 

La dominación material surge a la par de la dominación ideológica. Caracterizar al sur global como «Tercer mundo» es también un mecanismo de apropiación simbólica. El «Tercer mundo» es el nombre de lo inventadocomo marginal, pobre, necesitado y, por ende, presa de la ciencia y del poder colonial (disfrazado de poder salvífico).

El diseño de políticas económicas referidas a la intensificación del extractivismo para «impulsar el desarrollo» del «Tercer mundo» es un proceso de gran beneficio para los países y corporaciones del norte global que adquieren mercaderías a bajo precio, las cuales, transformadas, pueden vender a alto costo en el sur global, acompañadas de recomendaciones ambientales, laborales y sanitarias con el objetivo de atender la crisis derivada de la sobreexplotación. En esta lógica de ironías el «Tercer mundo» es explotado y al mismo tiempo, responsable de la catástrofe ambiental. Este enfoque está vinculado a una manera de entender la realidad a partir de la autorreferencialidad del norte global que dicta las narrativas y marca las epistemologías, justifica los discursos y fabrica los culpables. En este contexto, cabría preguntar qué opciones quedan, qué implica la política ecológica, la ciencia para enfrentar el calentamiento global, los proyectos para el desarrollo sustentable, desde dónde se construyen sus contenidos, a través de qué paradigmas se plantean sus alcances. ¿Sería viable, junto con el giro ambiental en el desarrollo de procesos productivos, plantear un giro epistémico-decolonial?

Iván Escoto       



* Comentario a Bryant, R. L. (1998). Power, knowledge and political ecology in the third world: A review. Progress in Physical Geography, 22.

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